LA VENGANZA DE ARTEMISA
En una ocasión en que se encontraba el joven príncipe tebano Acteon de caza con su jauría de cincuenta sabuesos, llegó hasta él un sonido armonioso procedente de algún lugar lejano que le hizo desentenderse de la pieza que había estado persiguiendo desde el alba. Se dirigió hacia la hermosa melodía que atravesaba el bosque, sorteando la espesa vegetación que lo cubría. Cada vez la oía a mayor volumen, con lo que estaba seguro de que iba por el camino correcto. Llegó a las proximidades del río Amnisos y descubrió que en la orilla opuesta se encontraba la diosa Artemisa deleitando a su séquito de ninfas con su lira mientras estas la acompañaban con su canto. Se acercó con sigilo y se ocultó detrás de unos arbustos.

Artemisa se encontraba completamente desnuda después de su baño matutino rodeada por las ninfas acuáticas Náyade, Crenea, Heleade, Pegea y Potámide, cuando la ninfa terrestre Alseide descubrió que, entre la arboleda, había un hombre observando y deseando con lascivia el cuerpo sagrado y virginal de la diosa.
–Mi señora Artemisa, el deseo que vuestro padre Zeus os hubo concedido al cumplir los tres años de permanecer por siempre virgen y vuestro cuerpo desnudo oculto a los ojos de los humanos está siendo mancillado por el altanero príncipe Acteon. Ese que se ha jactado en diversas ocasiones ante sus compañeros de caza de ser mejor cazador que vos.
–Te agradezco, mi fragante Alseide, ninfa de las flores, que me hayas advertido de tal afrenta contra mi honra. A vosotras, Dríade, Kissiae y Dafne, os ruego que cubráis mi desnudez con vuestras ramas mientras decido qué debo hacer con ese humano.

Dafne, ayudada por las demás ninfas de los bosques, ocultó el cuerpo de su señora con sus brazos formados por ramas y sus dedos transformados en verdes hojas de laurel. Sin embargo, el daño ya estaba hecho–. Mi señora Artemisa, os ruego que venguéis mi actual condición.
»Fui mancillada por vuestro hermano gemelo Apolo, aquel al que ayudasteis a nacer justo después de hacerlo vos, aquel que se burló del aspecto infantil de Eros, el cual, en venganza, disparó una flecha de oro en su corazón mientras disparaba otra de plomo en el mío. Motivo por el cual Apolo se enamoró de mí mientras que yo empecé a sentir un profundo desprecio hacia él.
»Pedí ayuda a mi padre Peneo cuando Apolo me dio alcance mientras huía de él, pero en vez de castigar a vuestro hermano, que me perseguía para violentarme, lo hizo conmigo. Mi padre me convirtió en el árbol de laurel y Apolo me mancilló arrancándome mis hojas para hacerse una corona con ellas, ya que no podía poseerme del modo que había deseado.

–Mi dulce Dafne, te prometo vengar tu honor y el mío sobre este miserable mortal –respondió la diosa helena que, por decisión propia y petición a su padre Zeus, había tomado la decisión de habitar los bosques y los montes en lugar de residir en el Olimpo.
Artemisa se puso de pie y buscó con la mirada el arco y la aljaba con las flechas de oro para darle muerte; sin embargo, descubrió que estaban apoyados contra un árbol, fuera de su alcance. Fue entonces cuando se le ocurrió el modo de castigar el desagravio de Acteon.
–¡Náyade y demás ninfas acuáticas, salpicad con vuestras aguas cristalinas el rostro del sacrílego que ha cometido la blasfemia de desear violentar a una diosa virginal!
Cuando el agua cubrió el cuerpo de Acteon, empapándolo, este empezó a sentir una extraña sensación de metamorfosis. Sus piernas se empezaron a transformar en robustas patas traseras que se doblaban en el sentido equivocado y sus brazos mudaban formando unas patas delanteras velludas. Percibió cómo la nariz respingona, de la que tan orgulloso se había sentido, se convertía en un hocico prominente, mientras que de la parte superior de la cabeza le empezaban a crecer unas astas ramificadas.

Mientras esto sucedía, Artemisa se había vestido con sus cómodos ropajes de diosa cazadora, había recogido el arco y las flechas y se había montado en su áureo carro de caza del que tiraban cuatro ciervos de cornamenta dorada. Incluso las bridas eran de oro.
Artemisa espoleó a los ciervos, que cruzaron el río y llegaron hasta el lugar donde Acteon se estaba transformando en un ser diferente: un venado adulto. Lo rodeó con el carro, clavándole superficialmente la lanza en distintas partes del cuerpo hasta que la metamorfosis llegó a su fin, momento en el que azuzó a los cincuenta sabuesos del príncipe para que lo atacasen. Estos, guiados por su instinto, despedazaron a su dueño confundiéndolo con el venado que habían estado persiguiendo esa misma mañana.
–¿Dónde ha quedado vuestra jactancia ahora, príncipe Acteon? ¿Cuál de los dos ha sido el mejor cazador?
